Oscar Jorge Da Lus Borbón más conocido como Jorge Luz nació el 8 de mayo de 1924 en San Vicente (hoy Alejandro Korn) Provincia de Buenos Aires. Es actor, comediante e imitador.
Debutó en Radio Argentina en el elenco de Pedro Tocci, donde actuaba su hermana Aída. Participó del ciclo Juan Moreira con Malvina Pastorino, y en Radio Belgrano en Doctor Justo Justino Leyes, doctor en trampas y leyes.
Fue integrante de Los cinco grandes del buen humor, junto a Zelmar Gueñol, Rafael Carret, Guillermo Rico y Juan Carlos Cambón.
Participó en 31 películas, entre ellas Los celos de Cándida con Niní Marshall, Ciudado con las imitaciones, Cinco grandes y una chica con Nelly Láinez, Cinco locos en la pista, Veraneo en Mar del Plata, entre otras.
Intervino en espectáculos de café-concert como Luz verde y Ámbar, luz y sombra, en obras teatrales: La dama de las camelias; e incursionó en teatros de revistas, en donde imitó a grandes figuras del espectáculo tales como Tita Merello y Berta Singerman.
Fue elegido Mejor Actor de Reparto, y en 1988 obtuvo un premio internacional en el Festival de Cine en Huelva por su labor en Abierto de 18 a 24.
También participó en televisión en los ciclos: El humor de Niní Marshall; y junto a Jorge Porcel actuó en Las gatitas y ratones de Porcel, La Tota y la Porota y La piñata.
Fue homenajeado, junto con su hermana Aída Luz, por la Asociación Amigos del Teatro Cervantes. En marzo de 2010 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
Falleció en Buenos Aires, el 14 de Julio de 2012.
Dossier
Diego Kehrig: Armé un dossier que tal vez le ayude a recordar detalles.
Jorge Luz: ¡Ay, qué prolijo que sos! Yo no soy de guardar las cosas. Tal es así, que no tengo álbum.
D.K.: Lo noté cuando inicié esta investigación: se han hecho cosas maravillosas, pero casi no existe registro.
J.L.: Cuando empecé en la radio –hace millones de años– era “El gran elenco”. El afiche decía“Hoy Fulano de Tal, Mengano de Tal y un gran elenco”. Bueno: “El gran elenco” éramos nosotros. Salíamos en unas fotos chiquititas, como pulgas. Al lado de un piano. En la radio siempre nos retrataban al lado de un piano. No sé por qué.
D.K.: Me he topado con carpetas que hicieron la madre o la hermana del artista.
J.L.: En mi caso fue mi cuñada. Ella armó un álbum, que ni sé donde está, donde tengo las primeras cosas. Y las pegó de acuerdo a lo que le pareció. No es una cosa correlativa.
Madanes
D.K.: Cuénteme de Madanes.
J.L.: Cecilio decía: “Caminito es el hijo que no tuve”. Él dirigió el Teatro Colón, dirigió allá, dirigió acá, dirigió en Europa; pero Caminito era su ego. Él era feliz yendo a la tarde temprano a juntarse con la gente, compraba helados para los chicos. Volvió de Venecia, y un día caminando por La Boca se le ocurrió la idea. Yo después estuve en Venecia, y decía “no lo veo parecido a Caminito”.
D.K.: Y él, sí.
J.L.: Algo vio, entonces aprovechó una casa que había al fondo. Bueno, él lo adornó a su manera. Hizo su Caminito.
Los chismes de las mujeres
D.K.: Repasemos sus trabajos en Caminito.
J.L.: Yo hice nueve temporadas. Debutamos en 1957 con Los chismes de las mujeres. Y Madanes cerró el ciclo, con lo mismo que habíamos debutado.
D.K.: ¿Y usted interpretó al Arlequín, verdad?
J.L.: Sí. La puesta era muy original. Había unos cubos muy grandes que los movíamos. Primero eran los asientos para las señoras de la época. Después los poníamos de otra forma, y eran la entrada a una casa. Cecilio había estado en Japón y los había visto.
D.K.: ¿Y cómo los recibió la prensa?
J.L.: Gustó mucho. La gente se divertía con esa cosa medio ingenua que tiene Goldoni. Me acuerdo que yo saltaba y bailaba mucho. Y tuve muy buenas críticas. Ponían cosas muy lindas del espectáculo y de mí. Me da vergüenza decirlo, pero es así.
Clerambard
J.L.: Cuando llegó el invierno pasamos al Teatro Lasalle para hacer Clerambard de Marcel Aymé.
D.K.: ¿No repitieron la obra que habían hecho durante el verano?
J.L.: No. Fue una lástima porque se podría haber hecho en el mismo Lasalle. Y mientras hacíamos Clerambard, nos pusimos a ensayar la obra que íbamos a hacer a partir de diciembre en Caminito.
D.K.: Es genial ver como Madanes mantenía a la Compañía trabajando durante todo el año, para enlazar un verano con el otro.
J.L.: Sí. Solamente Cecilio fue capaz de lograr que Caminito estuviera en pie todos esos años.
Las picardías de Scapin
D.K.: ¿Qué obra montaron al año siguiente?
J.L: Madanes me dijo: “Si dejás de fumar, vas a hacer el Scapin”. Yo no sabía ni que era: “¿Qué voy a hacer?”. Y él me dijo: “El Scapin de Molière”. Yo sabía quién era Molière, pero no sabía que había una obra que se llamaba Las picardías de Scapin. Y nos fue muy bien, también, con esta. Tal es así, que vino a vernos Julien Duvivier.
Decía que yo le hacía acordar a él cuando era muy jovencito. Y preguntó si hacíamos funciones todos los domingos. Cuando se enteró que hacíamos funciones todos los días, y a veces hacíamos dos, no pudo creerlo. El Scapin en la Comédie-Française lo hacen únicamente los domingos.
Después declaró a la prensa: “En cuanto a la actuación de Jorge Luz…” Unos elogios. No. Me da vergüenza. No lo voy a decir. Pero eran muchos elogios. Y al final decía: “Su actuación resultó muy superior a la de Jean-Louis Barrault, la cual siempre encontré detestable”.
Yo hacia el pillo de la calle, el otro actor lo hacía de otra forma, lo hacía más clásico. A raíz de eso, me dieron notas y notas y notas en revistas.
La zapatera prodigiosa
D.K.: Después hicieron un García Lorca.
J.L.: Sí. Con Beatriz Bonnet hicimos La zapatera prodigiosa.
D.K.: ¡Qué linda dupla!
J.L.: Nos divertíamos mucho. Pasaron cosas muy graciosas. Me acuerdo que una noche, estábamos haciendo la escena posterior a que el marido abandona a la zapatera. Entonces llega el Alcalde (que lo hacía yo) a la taberna y se tira el lance con la zapatera para obtener su amor. Y ella no le da corte. Ella es muy bonita. Tiene dieciocho años. Bueno, estábamos en mitad de la escena, y de golpe empezamos a oír que detrás de unas tapias había dos gatos que estaban haciendo el amor. Y como Cecilio había puesto unos micrófonos muy poderosos, aquello era inocultable. Los gatos hacen un ruido, y la gente se tapaba la boca para no reírse a carcajadas.
Se oían unos maullidos “miaooooooo, miaooooooo”. Beatriz sacó un pañuelito y haciendo que limpiaba, me dijo por lo bajo: “Jorge, están cogiendo”. Nunca me olvidaré.
Entonces, grité fuerte: “¡Anda, Romeo ya basta de hacer el amor, que estamos trabajando!”. Y la gente aplaudió a rabiar.
D.K.: Fue como un regalo para ustedes.
J.L.: ¡Había que salvar esa situación! Una chica que trabajaba de figuranta, dijo: “Si lo escuchara Federico”, como diciendo que yo me había atrevido a agregar letra. Yo le respondí: “Te mandaría a la mierda”.
Porque a mí me contó Cándida Losada, una actriz argentina que vino con Margarita Xirgú, que Federico García Lorca tenía un gran sentido del humor.
D.K.: Había una realidad imposible de disimular.
J.L.: Claro. En otra escena hay un nene que entra y dice: “¿Sabe lo que gritan en la calle, zapaterita?”. Y ella le responde: “¿Qué dicen?” Y entonces aparece una mariposa. En el libro figura así. Pero no hay ninguna mariposa. Ellos la actúan. La mariposa distrae a la zapatera, y ella se pone a jugar con el chico. Beatriz lo hacía con una gracia, con una finura, era un encanto. Un día hubo una invasión de mariposas, que no podíamos trabajar.
D.K.: ¡Qué incómodo!
J.L.: Cuando el nene dice: “¡Uy, una mariposa!”. La gente se cagó de risa, porque había miles. Los focos las atraían, eran montones.
D.K.: García Lorca convocó una, y la naturaleza, agradecida, mandó miles.
J.L.: La naturaleza. Sí. Yo entraba con una burra en escena.
D.K.: Sí, leí que se llamaba Perica. Habrá sido todo un acontecimiento entrar con ese animal al escenario.
J.L.: Sí, era hermosa. Pero un día la burra puso su parte trasera mirando a público. Como quién dice, el ojete. Y empezó a largar. Y no paraba: “Plaf, plaf, plaf”. Y con los micrófonos, aquello era… Beatriz no sabía dónde esconderse. Yo dije: “Ole, Perica que nos han dejado un regalito”. Yo tengo la habilidad de agregar. Madanes al único que se lo permitía, era a mí.
Una viuda difícil
D.K.: Después hicieron una obra argentina.
J.L: Sí, Una viuda difícil. Aída era la protagonista. Estaba estupenda. Cuando yo por ejemplo veía a mi hermana haciendo algo que me gustaba mucho, le decía: “Me olvidé que sos Aída”. Era el elogio más lindo que yo le hacía a ella. Porque estaba tan bien en el papel, que yo me olvidaba que era Aída.
Il corvo
D.K.: Hicieron Il Corvo de Gozzi, que es la escuela opuesta a Goldoni, y sin embargo en Caminito convivieron estupendamente.
J.L.: Sí, el elenco era genial también. Estaban Aída Luz, Zelmar Gueñol, Tino Pascali.
D.K.: Lerchundi hacía el vestuario….
J.L.: Un talento extraordinario. Además lo lindo de Lerchundi era que hacía los bocetos con nuestras caras. Nos sacaba idénticos. Y eso era un halago para nosotros. Vernos dibujados por él.
D.K.: Había mucho despliegue en escena.
J.L.: Había unas estatuas que tomaban vida, y cuando la Princesa Armilla que lo hacía una actriz del Instituto de Arte Moderno que se llama María de la Paz, despertaba decía: “Ah, esta noche maravillosa, qué perfume que viene de las montañas”.
Y había días que el Riachuelo venía con un olor… Yo le dije: “Cecilio, que no lo diga. La gente se le va reír en la cara”. Y ella insistía que quería respetar el texto a toda costa.
D.K.: Era fundamental no competir con el espacio, claro. Y por lo visto, el Riachuelo siempre estuvo sucio…
J.L.: Había días que estaba bravo, y otros días no.
Las de Barranco
D.K.: ¿Todas las obras que montaron fueron comedias?
J.L.: Madanes no ponía dramas en Caminto. Incluso Las de Barranco, que aunque tiene ese final donde se cae el cuadro, que simboliza el derrumbe de la familia, es una pieza rápida, ágil. Me acuerdo que en el entreacto Amanda Beitia subía a un balcón a tocar un piano. Una rica.
La pérgola de las flores
D.K.: Después estrenó una comedia musical chilena.
J.L.: Si. Yo hacía Valenzuela, y Pierre el peluquero.
D.K.: Dos roles.
J.L.: Sí. Los dos tienen sus cuadros musicales. Valenzuela es el hijo de la viuda Larraín, que lo hacía Elena Lucena. Y cuando hacíamos la peluquería, ella venía para que yo le hicieran un corte al estilo Clara Bow. Cantaba con ella y bailábamos un tango.
D.K.: Y hasta se grabó un Long Play.
J.L.: Sí. En vivo.
La verbena de la paloma
D.K.: Me dicen que usted estuvo extraordinario con su interpretación de don Hilarión en La verbena de la Paloma.
J.L.: Tuvimos mucho éxito. Se llenaba. Porque además Cecilio había hecho poner una orquesta con doce músicos.
D.K.: Entonces sonaba muy bien.
J.L.: Yo había visto de chico la película, donde trabajaba Miguel Ligero, padre. Siempre me gustó la música española, mi mamá era asturiana, y eso se lleva en la sangre. Y no es que yo lo hiciera ni peor ni mejor, lo hacía con muchas ganas.
Otras compañías, tal vez, lo decían sin sentirlo. Como que rezaban los textos. Yo en cambio, sentía la overtura y me salía el gaita que llevo dentro. Me encantaba hacerlo. Y eso se transmite.
D.K.: Todos coinciden que fue de antología.
J.L.: No se. Yo no puedo opinar.
El sueño de una noche de verano
D.K.: Madanes había pensado en usted para hacer el duende Puck, ¿qué pasó; por qué no lo hizo?
J.L.: Yo le dije que no quería hacerla. Estaba un poco cansado, y con el “vais” y el “queréis”, yo quería hablar normal.
D.K.: Y sí, esa ya era la temporada número once de Caminito.
J.L.: La única vez que El sueño de una noche de verano fue éxito, fue cuando lo hizo Mickey Rooney. Creo que fue para la MGM.
D.K.: Físicamente, daba perfecto.
J.L.: Actor, bailarín, cantante. Nació artista. Cuando yo digo “artista”, supera al actor. Porque hay gente que trabaja de actor, pero no son artistas. No son creadores. A mí me interesan los artistas.
Caminito
D.K.: ¿Previo a que inauguraran el Teatro, había algún tipo de recorrido turístico en Caminito?
J.L.: No. Caminito era un pasaje. Nada más. Los vecinos le decían “El Caminito”.
D.K.: ¿El escenario se armaba y quedaba fijo todo el verano?
J.L.: Sí. De finales de noviembre a marzo. A la noche, se cerraba. Había unos portones.
D.K.: En los programas de mano dice que las fachadas de las casas lindantes a Caminito fueron pintadas bajo la dirección de Quinquela Martín.
J.L.: Pasó lo siguiente: en La Boca casi todos trabajaban en el puerto, y las casas que tenían eran de chapa. Entonces se traían la pintura que sobraba de los barcos. Un poco de colorado, otro de verde. Lo que conseguían. Y pintaban hasta dónde les alcanzaba.
Entonces, Quinquela vio el colorido, y les dio la pintura. Pero les decía: “Pinte esta ventana de verde, y la mitad de esta puerta de amarillo. Aquél marco píntelo de colorado”.
D.K.: Nació como necesidad, y Quinquela desarrolló la estética.
J.L.: Claro. Ellos no querían que se les oxidasen las chapas. Pero no había plata.
D.K.: Hay una foto donde Quinquela se la dedica a Madanes con mucho cariño y respeto.
J.L.: Quinquela el día que se estrenó Los chismes de las mujeres subió al escenario.
D.K.: ¿Y cómo era el tema de las sillas en la platea?
J.L.: Las donaron. Los setecientos amigos, donaron las setecientas sillas. Aunque no creo que Cecilio haya tenido setecientos amigos. Porque tener setecientos amigos es mucho ¿No?
D.K.: Madanes integraba a los vecinos. Era una manera muy inteligente de evitar cualquier tipo de boicot.
J.L.: Fue una época increíble. Si, por ejemplo, había un casamiento, no empezaban la fiesta hasta que no terminara la función en Caminito.
D.K.: Se tenía prioridad, por sobre lo familiar.
J.L.: Sí. No prendían ni una radio. Nada. Yo me seguí viendo con diferentes vecinos durante toda mi vida. Tuve grandes amigos en La Boca. Me enamoré tanto del barrio que quería comprar una casa ahí. Pero mi hermana Aída me convenció de desistir. Me dijo: “Jorge, La Boca se inunda”. Yo era loco por La Boca.
Nosotros nacimos en San Vicente donde Perón tenía la quinta. En esa época era un pueblo con las calles de tierra.
D.K.: Hoy eso es Alejandro Korn.
J.L.: Si, antes era Empalme San Vicente. Y La Boca me hacía acordar mucho. Nos conocían todos. Nunca había que hablar mal de ninguno, porque si no era el primo, estaba de novio con la hermana.
D.K.: ¿Cómo era eso de actuar en los balcones?
J.L.: Una cosa muy linda. Salíamos del escenario, dábamos la vuelta y entrábamos a las casas para poder asomarnos al balcón.
D.K.: ¿Eran casas particulares?
J.L.: Sí. En los primeros ensayos, si por ejemplo había un señor tomando mate o comiéndose un sándwich. El pobre hombre se levantaba y se metía adentro. Entonces Madanes le dijo: “No, quédese. Ellos van a hacer la misma escena”.
Lo lindo era esa cosa integrada, porque el público no podía creer que al lado nuestro, había un señor en camiseta, sentado en el balcón. María Elena Sagrera, Aída, yo, o el que fuera, hacíamos nuestras escenas, y el vecino seguía tomándose un mate, un poco de vino, o de cerveza. Según el pedo de cada uno.
D.K.: Se generaba una relación muy afectiva.
J.L.: Cariñosa. Cuando terminaba la temporada se organizaba algo muy lindo. Madanes me decía: “Andá casa por casa y averiguá los apellidos de las familias”. Chapalapietra, Bonifanti, mucho apellido italiano…, una vez que teníamos la cantidad de familias, íbamos a una tienda de las importantes de Buenos Aires y comprábamos sábanas, ollas, ventiladores. No sé cuántas cosas.
Después organizábamos el sorteo, entonces Cecilio decía: “Familia tal”. Y yo sacaba un papelito: “Por un juego de platos”. Y ellos eran muy felices por subir al escenario. No era por el interés, era sentirse nombrados al recibir el premio.
D.K.: ¿Esa también fue una idea de Cecilio?
J.L.: Si, de Cecilio. Tenía muchas ideas, un buen gusto muy especial. Además de haber nacido así, él trabajó mucho con Luis Saslavski.
D.K.: Claro, las traducciones de algunas de las obras fueron de Saslavski.
J.L.: Luis tenía un gran refinamiento. Veías una película, y decías: “esta es de Saslavski”. Tenían su sello.
D.K.: ¿Y con los chicos cómo era eso?
J.L.: Los hijos de los vecinos veían la obra todos los días. Y Madanes se dio cuenta que se habían aprendido la letra. Entonces les dijo: “En marzo la van hacer ustedes”. Y los chicos, estaban encantados.
“Yo estudio”, decía una. “Vos no te sabés la letra”, la peleaba la otra.
Madanes no los dirigía, les decía: “Chicos, háganlo como ustedes lo ven”. Y lo gracioso era verlos, chiquitos como eran, con nuestra ropa. Un tricornio, por ejemplo, que le quedaba grande, diciendo “Si vos queréis, Señora”. Se confundían las conjugaciones. Lo decían mal. Muy hermosos. Llenos de gracias. Vinieron de los diarios La Nación y La Prensa a ver la función.
Caminito fue como un milagro. Porque cuando Cecilio armó el primer elenco no se sabía que iba a ser semejante éxito. Yo no voy a decir los nombres de las actrices y los actores a los que les propuso trabajar, toda gente de primerísima categoría, que decían:
–Ah, Goldoni. Qué maravilla. ¿Y en qué teatro?
–No, no es un teatro. Es en la calle –decía Madanes.
–¿Cómo en la calle?
–Sí, en La Boca
–Ah, claro. ¿Me lo deja pensar?
Y después decían para ellos: “Ni loco”.
Cuando vieron que eso se llenaba, y que fue un acontecimiento, ahí sí querían participar. Se había hecho teatro en el Parque Lezama, en el Botánico, pero nunca se había hecho teatro en una calle. Como dicen los franceses una trouvaille
D.K.: Sí, un hallazgo.
J.L.: Cuando empezaba a llover salíamos corriendo porque Cecilio nos decía: “Salven la ropa, salven la ropa”.
D.K.: En una de las piezas, Madanes incluyó una escena de lluvia artificial, ¿verdad?
J.L.: Sí. Amanda Beitia decía: “¿Sabés que fresquito que viene gracias a esa escena?” Porque claro había días de mucho calor.
J.L.: Los camarines fueron primero en el “Club Zárate”.
Nos prestaban un cuarto. Cecilio fue a hablar con ellos. Y con una tapia que cubría la escalera, íbamos del escenario y nos vestíamos ahí. Más que nada por los baños. Teníamos que sacarnos la pintura como podíamos. Después con el tiempo la Municipalidad nos hizo unos camarines de madera.
D.K.: ¿Atrás del escenario?
J.L.: Sí.
D.K.: Madanes había conseguido además, que muchas empresas privadas auspiciaran el Teatro Caminito.
J.L.: Había una señora que estaba casada con el primo del padre de Madanes, que era el dueño de la Fate. Esa señora lo ayudaba mucho a Cecilio, porque les gustaba el Teatro.
D.K.: ¿Qué tipo de público tenían?
J.L.: De todo. Desde la gente más humilde del barrio, pasando por la clase media; y venían de muchas embajadas: de Alemania, de Japón. Ese era Cecilio, que era un experto en las Relaciones Públicas.
Arturo Illia nos recibió en la Casa de Gobierno cuando él era presidente. En un salón donde había una mesa grande y muchas sillas, nosotros éramos un montón, dijo: “Bueno, siéntense como puedan”, y él se quedó parado. Era una cosa increíble. Muy agradable.
Brasil
D.K.: ¿Cómo fue la experiencia de llevar Caminito de gira?
J.L.: Fue auspiciado por el gobierno argentino y el de Brasil. Hicimos Una viuda difícil. Aída hacía la protagonista y el galán era Juan Carlos Palma, un actor que se retiró. Fue al aire libre también. En un lugar muy especial que se llama Largo do Boticario, en Río de Janeiro.
Es mágico, se conserva de la época Colonial, de los portugueses. Un sitio muy sofisticado, fuera de serie. Las actrices salían de los balcones vecinos.
D.K.: ¿Lo hacían en castellano?
J.L.: Lo hacíamos un poco más lento. La crítica lo agradeció. Y la gente nos entendía todo. Estuvimos quince días y no llovió nunca. Y eso que en Río llueve y para, llueve y para. Fue un milagro.
Noticias Gráficas / Fecha de publicación: 30 de Julio de 1961
Del Caminito boquense al largo do boticario
Teatro Argentino en Río de Janeiro
No siempre son convenios comerciales y políticos los que se brindan entre gobiernos de dos países fraternos. También se da el enlace cultural, como ha ocurrido últimamente con la visita del Teatro Caminito a Río de Janeiro, realizada con los auspicios de la Embajada Argentina en la capital fluminense, cuya representación ejerce el señor Carlos Muñiz, y la colaboración del departamento de turismo de esa ciudad.
Teatro Caminito en el largo do boticario
El director de Caminito, Cecilio Madanes, estuvo el mes de abril último en Río de Janeiro, y después de recorrer la hermosa ciudad brasileña, dio con el Largo do Boticario, una calle con las mismas características que ofrece Caminito en nuestro populoso barrio boquense.
Largo do Boticario debe su nombre en conmemoración a la primera farmacia que se estableció en ese tramo de Río de Janeiro. Y ya elegido el lugar, Madanes encontró la mejor colaboración por parte de las autoridades gubernamentales y municipales, en el sentido de poder adecuar su teatro Caminito en esa rua tan popular y tradicional como la de la Boca…
Esa primera visita ocurrió en el mes de abril último y Madanes volvió en los últimos días de junio para preparar el debut de su teatro y de su compañía; acontecimiento registrado en el Largo do Boticario el 6 del mes corriente, y que se prolongó por espacio de diez días, con un éxito sin precedentes de público y crítica, del que participaron Conrado Nalé Roxlo con su obra Una viuda difícil, el elenco de Caminito y su director, Madanes.
Colaboración de vecinos y artistas
No solo prestaron su desinteresado y oficial concurso las autoridades, sino también los artistas brasileños Wilson Vasconcelos, Altamiro Coelho, Elisabete Santos y Marlene Sousa, que bailaron un rítmico y tropical candombe, y lo que dio un singular relieve de simpatía y pintoresquismo fue la presencia en el espectáculo de seis “cachorros” que representan las crianças de Largo do Boticario…”
Éxito de autor, elenco o director
A modo de secuencia y como resumen de esa embajada de teatro argentino en Río de Janeiro, transcribimos algunos párrafos de la crítica aparecida en el diario fluminense Correo da Manha, con referencia a la obra, su autor e intérpretes, y que dice así:
Una viuda difícil es un espectáculo de teatro universal que muestra y comprueba el nivel en el que se tiene en cuenta a su feliz realizador, que sabe dar el justo relieve de la representación. La farsa de Nalé Roxlo gana un digno e intenso rendimiento en manos de Cecilio Madanes. El elenco mantiene una expresiva unidad, evidentemente con performances más destacadas, pero en su conjunto no hay desentonos”.
Cierre
D.K.: ¿Por qué Madanes cerró el Teatro Caminito?
J.L.: Se cansó. Yo no sé si en otros países era igual, pero él decía: “estoy harto de años y años y años, y siempre tener que hacer el mismo trámite. Pedir el permiso. El papelerío, toda esa burocracia”.
Porque además, como era un gran éxito, mucha gente que revolvía el estofado, decía: “¿Por qué lo tiene que tener únicamente Madanes?” y Cecilio fue el creador. Al que se le ocurrió la idea fue a él.
D.K.: ¿Piensa que sería posible volver a montar el Teatro Caminito?
J.L.: Creo que no. Los conventillos ya no existen. Ahora son negocios. Es artificial. Perdió el sabor. Ya no es real. Y lo lindo era eso, actuar en medio de la realidad del barrio: incluirlos.