CATY BÓNICA nació el 19 de enero de 1952 en Capital Federal. Cuando se inauguró el Teatro Caminito vivía en un conventillo junto a sus padres, hermanos y abuelos.
Actualmente es empleada de una cooperativa de trabajo que hace el reparto de boletas y toma de medición de gas. Está casada y tiene dos hijas. Una es abogada penalista y qué le ha dado una nieta, y la otra es traductora.
No volvió a ver a Madanes “más que en la tele, o en algún reportaje”.
Los niños vecinos de Caminito durante la representación. CATY BÓNICA es la niña sobre el punto colorado que hemos agregado.
D.K.: ¿Cuál es tu primer recuerdo del Teatro Caminito?
C.B: Me acuerdo que nos asomábamos desde el conventillo que estaba en La Madrid 762. El fondo del patio, daba a Caminito y nos subíamos a un banquito a mirar las obras.
D.K.: ¿Vivías ahí?
C.B.: No, esa era la casa de mi amiga. Yo vivía enfrente, en La Madrid 757.
D.K.: La primera temporada se hizo en 1957.
C.B.: Yo hice la del ‘60.
D.K.: Contame como fue eso.
C.B.: Al final de la temporada los chicos hicimos la obra.
D.K.: ¿Y cuál hiciste?
C.B.: “La zapatera prodigiosa”. Hice el papel de La llorona. El Zapatero era mi hermano.
D.K.: Beatriz Bonnet hacía la Zapatera en la versión protagonizada por adultos.
C.B.: Sí, y en nuestra versión la Zapatera la hizo Fina, una amiga que vivía en la esquina. Ella era más grande que nosotros, y vivía eternamente con los artistas.
D.K.: ¿Fina se llama?
C.B.: Nosotros le decimos Fina. Se llama Josefina Maiolino.
D.K.: Eran todos muy chiquitos.
«Para la más linda «llorona» de la Zapatera Prodigiosa, Señorita Catalina Bónica de su nuevo admirador y querido amigo CECILIO MADANES, Febrero 1960″.
C.B.: Está firmada por Madanes. Después nos invitó a la casa, y nos regaló una medalla a cada uno. Era todo muy cordial, muy familiero. Éramos los “che pibe”. Nos decían: “Che, llevá tal cosa”, y lo hacíamos de onda.
D.K.: Todos colaboraban.
C.B.: Las artistas nos decían: “Teneme la cartera”. Ahora le das la cartera a alguno, y desaparece. Fue una época lindísima. Los adultos se sentaban en la puerta, y también ayudaban. O les ofrecían a los actores algo para tomar. Hacía mucho calor.
D.K.: ¿Y ustedes se habían aprendido la letra de escucharla todas las noches?
C.B.: Todas las noches estábamos ahí. Y Madanes se dio cuenta que repetíamos los diálogos.
D.K.: Primero hicieron la función el elenco de los adultos. Y después la hicieron ustedes. ¿Así fue?
C.B.: Y la gente se quedaba.
D.K.: El público vio la obra otra vez, pero interpretada por niños. ¡Qué maravilla, qué buena idea!
C.B: Hermosa.
D.K.: ¿Y vos que edad tenías?
C.B.: Ocho años. Mi hermano era más grande. Era la novedad, ¿viste? Venía mucha gente, salíamos a la puerta. Desde que se armaba el teatro, nosotros estábamos ahí.
D.K.: ¿Desde Noviembre?
C.B.: Claro. Y aparte viste lo que es, no irse a dormir, después estar ahí con la gente.
D.K.: Otros entrevistados me dijeron que si por ejemplo había una fiesta, se esperaba a que terminara la función para no molestar con el ruido.
C.B.: Y así se hacía. El día que Fina cumplió 15 años, se hizo una fiesta en el patio. Y vinieron todos los artistas. Nosotros éramos tipo familia.
D.K.: Estaban incluidos todo el tiempo.
C.B.: Todo el tiempo. Caminito era para jugar. Nunca sentimos que nos ocuparon el lugar. Cuando llegó el Teatro, nosotros seguimos jugando.
D.K.: Y así, un verano tras otro.
C.B.: Lo mismo. Aparte escuchame, Madanes no tenía ningún problema en cruzarse a charlar con los viejos, con los de al lado, con todos…
D.K.: Jorge Luz me decía que a los chicos les compraba helados.
C.B.: Tal cual, tal cual.
D.K.: ¿Y el vestuario quién se los dio?
C.B.: Los actores. Y le ponían las patillas a los varones.
El hermano de Caty y «Tacanaca» interpretando al Zapatero y al Alcalde.
D.K.: Este nene tiene puesta la ropa que utilizaba Jorge Luz.
C.B.: Hizo el Alcalde. A ese chico le decíamos Tacanaca.
D.K.: ¿Tacanaca?
C.B.: Tacanaca, porque era tartamudo. Pero lo hizo igual.
D.K.: ¿Hicieron una función?
C.B.: No, fueron varios días. ¡Qué hermosos recuerdos!
D.K.: ¿Al hacer la obra, tuvieron miedo escénico?
C.B.: No. Lo que pasa es que estábamos jugando. Escuchame, para nosotros era una diversión. Que a Esteban que le peguen las patillas, que lo pinten.
D.K.: Claro, todo formaba parte del juego. Desde la trepadora, el maquillaje, y cuando subían al escenario, seguían jugando.
C.B.: No era esa cosa: “Bueno, ahora empieza el teatro…”. De grande, no actué nunca más. Hay papas que en el colegio de sus hijos, para algún acto, siempre algo hacen. Yo no. Pero con Caminito para más retraída que fuera, me animé.
D.K.: Con Caminito no tuviste timidez.
C.B.: No. Con Caminito, para nada. En noviembre cuando montaban el escenario. Ya era todo un alboroto hermoso. Imaginate, había gente en la calle hasta la una, dos de la mañana.
Los niños vecinos de Caminito interpretando «La zapatera prodigiosa».
D.K.: ¿Venía mucha gente al teatro?
C.B: Me acuerdo de las filas para entrar, iban por La Madrid y llegaban a la esquina de Iberlucea. Era mucha gente la que venía. Hay imágenes que tengo: el público llegando al barrio, las señoras elegantes que se vestían de otra manera. Era una fiesta.
D.K.: ¿Cómo era la disposición del escenario?
C.B: Estaba de espaldas al Riachuelo, y la gente entraba por La Madrid.
D.K.: Me dicen que en la platea, durante el entreacto, se vendía pizza.
C.B.: Y había un kiosquito que vendía bebidas. Y picaban el hielo.
D.K.: Beatriz Bonnet me dijo que en “Las picardías de Scapin” tenía una escena en la que se asomaba desde un balcón. La dueña de casa, le preparaba todas las noches la cena, que Beatriz comía antes de salir a escena.
C.B.: No, muy cuidado, muy cuidado.
D.K.: ¿Los actores durante la temporada se cambiaban el Club Zárate?
C.B.: Sí, me acuerdo. En el Club “Zárate” mi papá jugaba a las cartas.
D.K.: ¿Y ustedes participaban de algún otro modo?
C.B.: Entregábamos los programas de mano. Cecilio nos dejaba hacer.
D.K.: ¿En los años posteriores, seguiste participando?
C.B.: No, sólo para esa temporada.
D.K.: ¿Te acordás de las otras obras?
C.B.: De «La pérgola de las flores”, me acuerdo. Y de los actores estaba Jorge Luz y Elena Lucena, Beatriz Bonnet, Aída Luz. Yo después no hice más nada, pero las veía. Vivíamos ahí adentro. Habían puesto unas gradas para que las butacas del fondo estuvieran más altas. Y en ese esqueleto de caños, nosotros jugábamos. Era nuestra trepadora.
D.K.: Claro, durante el día.
C.B.: Nos divertíamos con poco.
D.K.: Las funciones se suspendían sólo por lluvia, y la semana de carnaval.
C.B.: Mirá, yo te cuento. Todo el barrio participaba. En Carnaval hasta las cinco se jugaba al agua, y después salía la comparsa del conventillo.
D.K.: Claro, porque el Corso también era algo muy del barrio.
C.B.: La murga salía de La Madrid 762. Y después iba hasta el Club Oriente.
D.K.: ¿Dónde quedaba el Club Oriente?
C.B.: En Olavarría y Del Valle Iberlucea. Ahora hay un gimnasio. Había un bar. Era el centro de reunión de todo el mundo.
D.K.: ¿Y quienes participaban de la murga?
C.B.: Todos. Y con buenos disfraces.
D.K.: Los adultos y los chicos reunidos en la misma actividad.
C.B.: En patio del conventillo había unos piletones gigantes, te agarraban y te metían. Nadie podía chillar. Así era el pacto. Nos divertíamos mucho.
D.K.: Estaban todos de acuerdo.
C.B.: Y se terminaba en Olavarría, así que era todo muy familiar.
D.K.: Era otro tipo de convivencia. Absolutamente distinta.
Carroza de Carnaval: «Los Morro Pesto».
C.B.: Y cuando eran las fiestas, por ejemplo Navidad y Año Nuevo, se armaba la mesa común en cada conventillo. Y después nos cruzábamos, y festejábamos juntos. No había puerta blindada, no había reja, no había nada. Hermosa época. Te digo que con los que hablé están con mucha ilusión. “¡No me digas que van a hacer un libro!”, me decían.
D.K.: ¿Te acordás la última temporada de Caminito?
C.B.: Yo ya me había mudado. Mi papá había comprado una casa de dos pisos. Pero volvíamos todos los días, porque quedaron mis abuelos.
D.K.: ¿Sucedió algún otro evento a posterior del Teatro Caminito, que reuniera esa cantidad de gente todas las noches?
C.B: No. Hoy ya nadie vive al lado de Camininto. Salvo en ese edificio que está al final. Pero no creo que viva nadie conocido.
D.K.: Conocidos entre las familias que estaban originalmente.
C.B: Mirá, yo me fui a vivir a Pinzón, y mucha gente se fue a Barracas.
D.K.:Tus padres mejoraron económicamente, y eso les permitió mudarse.
C.B.: Claro, salir del conventillo. Ir a nuestra propia casa. Mi papá trabajaba en el puerto. En ese entonces, él trabaja bien.
D.K.: ¿Cómo era el conventillo?
C.B.: En cada habitación había una familia, y un patio común. En la planta baja vivía mi abuelo, mi abuela y mi tío soltero. En otra habitación, había dos inquilinas, y subiendo la escalera estábamos nosotros. Cada habitación tenía su cocina. Pero el baño era para todos.
D.K.: ¿Y en el patio estaban los piletones que mencionaste antes?
C.B: Sí, ahí lavámos la ropa y los platos. Pero había conventillos más grandes. En el que vivía Fina, había tres baños. Después cada uno se fue haciendo sus mejoras.
D.K.: ¿La mayoría eran inmigrantes italianos, verdad?
C.B: Sí, genoveses. Todo era muy distinto. ¿Viste lo que es ahora? Los pibes te escriben con aerosol, te destrozan la casa, el frente. Nosotros no hacíamos esas cosas. Yo voy al psicólogo por otras cosas, pero no por eso.
D.K.: Pensar que Madanes no era del barrio, y como logró que todos respetaran su proyecto.
C.B: Sucede que Cecilio era amado. Mis abuelos murieron grandes, y siempre recordaban anécdotas.
D.K.: Mantenían la memoria.
C.B: Es que Cecilio dio justo con el tema. Por eso fue tan aceptado. Mi hermano se acuerda de haber ido a la casa de Cecilio Madanes. Vivía cerca de Parque Lezama.
Inundación en el Barrio de la Boca, 14 de Abril de 1959.
D.K.: El barrio por esa época todavía se inundaba.
C.B: Me acuerdo, que mi papá trajo el bote del barco y lo entró por Caminito para sacar a la gente que había quedado varada. Nosotros vivíamos arriba, y los vecinos de abajo, subieron para no mojarse. Estaban en mi casa, entonces por el balcón mirábamos. Ese es el pantallazo que tengo.
D.K.: Eras muy chiquita, ¿pero cómo era Caminito antes de montar el teatro?
C.B: No me acuerdo. Había dos cadenas entre unos postes, donde me hamacaba todo el tiempo. A mi hermano no lo dejaban salir si no me llevaba con él. Así que de chiquita siempre me trepaba a todo. A las estatuas. Todo el día en Caminito.
D.K.: ¿Qué otras actividades barriales había en esa época?
C.B.: Íbamos a la biblioteca de Boca Juniors. No sé si sigue funcionando.
D.K.: La educación era un tema importante. La cultura. Esa cosa de salir adelante.
C.B: Escuchame, cuando yo era chica mi mama me traía de las mechas si no saludaba a alguien mayor. Me decía: “¿No te olvidaste de algo?”, “Buen día doña Josefa». Había que ayudar a cruzar la calle a algún viejo. Querer a los viejos, nosotros vivíamos con los viejos.
D.K.: Claro, ahora se los esconde. No se los escucha.
C.B: Estaba la tía solterona. A los viejos los cuidábamos. Eran nuestro patrimonio.
D.K.: ¿Cómo te enteraste de mi investigación?
C.B: Por facebook. Vi una foto que colgaste. Vos sabes que yo nunca contesto nada, pero con Caminito no me pude resistir. Me dio una alegría. Ojalá te vaya muy bien con este libro. El peluquero de la esquina de casa, siempre me dice: “Caty, tendríamos que hacer un libro contando cómo era todo”. Yo me podría haber ido de la Boca, pero no me voy. Vivo en un lindo departamento, pero no.
D.K.: ¿Y ahora volvés a Caminito?
C.B.: Ahora yo soy la dueña del conventillo donde vivía. Lo alquilo. Es un local donde se vende muñecos, banderines para los turistas.
D.K.: Pero no te mudás.
C.B: Trabajo por Boedo, pero del barrio no me voy. Tengo una hija que vive en San Telmo, y la otra en Belgrano. Pero no quiero. Fina me decía: “Quisiera hacer algo para que la Boca resurja”. Escuchame, en la Boca había gente divina, divina. Mis hijas me prohíben vender al conventillo.
D.K.: Me encanta tu testimonio. Marca tanto esa época.