Nombre de la pieza: “Los chismes de las mujeres”
Temporada: 1972-73
Fecha de estreno: 2 de Noviembre de 1972
Autor: CARLO GOLDONI
Traductor: TULIO CARELLA
Síntesis argumental:
(Ver Primera Temporada)
Reparto por orden de aparición:
Arlequín rojo: RICARDO DUFFAU
Arlequín verde: ROBERTO LOPEZ ROSALES
Beatriz, romana: ELSA BERENGUER
Eleonora, amiga de Beatriz: GRACIELA ARAUJO
Checchina, supuesta hija del Capitán Toni: CUNY VERA
Doña Sgualda, ropavejera: AIDA LUZ
Doña Cate, lavandera: TERESA BLASCO
Capitán Toni, dueño de una tartana: ROBERTO FIORE
Pantalon, mercader: ROBERTO PIERI
Beppo, novio de Checchina: EMILIO COMTE
Merlino, muchacho napolitano: JUAN CARLOS VOZZA
Faquino, camarero de la Posada: GUALBERTO RIVA
Arlequin, criado de Lelio: JORGE LUZ
Checchino, servidor de Beatriz: OSVALDO CALI
Lelio, caricato: SAUL SAVO
Toffolo, marinero del Capitán Toni: OSVALDO DE MARCO
Octavio, romano llamado Salamina: ENZO BAI
Musa, armenio apodado Avellana: CARLOS FIORITI
Panduro, marinero de Salamina: OMAR TIBERTI
Moccolo, marinero de Salamina: DANIEL GABIN
Puesta en Escena y Dirección General: CECILIO MADANES
Colaboradores:
Escenografía y Luces: LUIS DIEGO PEDREIRA y CECILIO MADANES
Vestuario y caracterizaciones: EDUARDO LERCHUNDI
Música: CIMAROSA y ALBINONI
Asesoramiento musical: ABEL LOPEZ ITURBE
Asistente Administrador: HECTOR J. ARAGONES
Asistente a la producción: ROSITA CETKOVIC
Asistente Apuntador: ARIEL ROSSI
Asistente Luz y Sonido: SUSANA ZARATE
Jefe de Sección Talleres: EDUARDO SINGER
Oficinas carpintería y herrería: DOMINGO MURINI y ANGEL PANE
Jefe sección Decoración: AGUSTIN LEMA
Oficina tapicería y pintura: JOSÉ MARÍA GESTAL
Jefe sección electrotécnica: HUMBERTO POLICASTRO
Oficina Iluminación: FAUSTINO GONZALEZ
Jefe electricista: LUIS M. VOLPE
Realización del vestuario femenino: MARIA ELENA DE RUIZ
Realización de los trajes de Capitán Toni, Beppo, Checchino, Toffolo y Salamina: PASCUAL MONTECALVO
Realización del resto del vestuario: IRMA LERCHUNDI
Zapatos: DISALVO -GAROFOLO
Pieles: NELSON DUFAU
Maquillajes realizados con productos: HELENA RUBINSTEIN
Sonido: PHILLIPS
El piso del escenario del Teatro Caminito ha sido cubierto con: CON-TAC de SUDAMTEX
Teléfonos: TELCOM S.A.I.C.
Este programa ha sido impreso por IMPRENTA DE LOS BUENOS AIRES
Producción:
El Teatro Caminito presenta la duodécima temporada al aire libre en la calle “Caminito” con el auspicio de la Municipalidad de Buenos Aires
Intendente Municipal: SATURNINO MONTERO RUIZ
Secretario de Cultura: FRANCISCO CARCAVALLO
Director General de Cultura: RICARDO TOMAS NATALE
Director de Festejos Populares y Ornamentación: ANSELMO JUAN RICCI
El TEATRO CAMINITO cuenta con un préstamo de $30.000 otorgado por el FONDO NACIONAL DE LAS ARTES para ser utilizado en el montaje de “LOS CHISMES DE LAS MUJERES”.
Los ensayos han sido efectuados en la sala del TEATRO GRAL. SAN MARTIN
La tapa de este programa ha sido diseñada especialmente por: JUAN CARLOS BENITEZ
Las casas de la calle Caminito han sido pintadas bajo la dirección de: BENITO QUINQUELA MARTÍN
Creador, organizador y director del TEATRO CAMINITO desde su fundación: CECILIO MADANES.
VUELVE EL TEATRO CAMINITO
Vuelve el Teatro Caminito a su calle, a la que lo acogió hace quince años con las ventanas abiertas, con esa apertura cordial de mecenazgo espontáneo y perdurable con que la Boca y su gente patrocinan las cosas del arte.
Durante once temporadas -Goldoni, Molière, García Lorca, Nalé Roxlo, Gozzi, Gregorio de Laferrère, Flores y Aguirre, de la Vega y Bretón, Víctor Hugo y Shakespeare- se complementaron el teatro y la calleja noche tras noche, confundidos el público y los vecinos en un mismo aplauso, en un mismo acto mágico, en el que -como en concéntrico juego oriental – el tablado al aire libre ofrecía a la platea la comunión antigua del drama, mientras las ventanas y los balcones -palcos distribuidos según la caprichosa arquitectura de la vida- se ofrecían, a través de ojos y oídos ávidos, la comunión incomparable de vibrar al unísono con el escenario y la platea: el espectáculo dentro del espectáculo.
Y se complementaron también el Teatro Caminito y la ciudad durante esas once temporadas: todo Buenos Aires – incluso “le tout Buenos Aires” – se iba hacia el Riachuelo, a unirse en la admiración por el brillo de las representaciones, en la cordial recepción del anfitrión, al amparo de las sonrisas y las banderolas multicolores con que la ropa tendida vestía a la noche por lo alto.
Propios y extraños -extraños hasta que iban a Caminito, esos viajeros ilustres o esos turistas que traen en su agenda el dato bueno, legado por sus predecesores- echamos de menos al teatro sin par, como si le faltase algo entrañable al verano porteño.
Pero ahora retorna a la casa, sin frente ni fondo, larga y estrecha, infinita de altura, poblada de recuerdos, frecuentada por voces, risas, acordes e imágenes que el tiempo no ha borrado. Regresa ahora con “Los chismes de las mujeres” de Carlo Goldoni, la obra inaugural con que inició Cecilio Madanes, hace tres lustros, esta aventura de la fe. Fe en la fuerza espiritual del teatro, que convierte a las multitudes en una sola y noble persona; fe en la sensibilidad de la gente de la calle Caminito, dispuesta a asombrarse, una noche y otra noche, con el lenguaje y el juego escénico; fe en la ciudad que va al teatro para gozar, en intimidad compartida, las sutilezas de un texto o la transmutación de los actores; fe en su prodigioso dinamismo – en el de Madanes, digo – que se prodiga tanto en el detalle de los decorados como en el enfoque preciso de las luces, tanto en la expresividad de los tonos como en la adecuación de los gestos y las actitudes; fe en sus intérpretes, amigos de esa amistad que el teatro crea cuando, después de encarar al personaje se reintegra uno a sí mismo, acaso conmovido por el riesgo de dejar su ser para calzarse durante algunas horas el de otro. Fe -¿por qué no decirlo?- en las predicciones del servicio meteorológico, cuando pronostica “tiempo bueno”.
No tengo yo autoridad especial -salvo la que me otorga la admiración- para dar, en voz alta y por mi propia cuenta, la bienvenida al Teatro Caminito; me adhiero simplemente, de antemano, a la que le darán a la ciudad, el barrio, la calle.
Me regocijo en lo hondo de que algo -y esto en particular- vuelva a su lugar, a aquél en el que le dio vida Cecilio Madanes, artista cabal, seguro en el arte de elegir lo bueno; fino, en el repertorio; sensible, en percibir lo que acepta el aire libre, ese recinto inmaterial, expuesto a los cuatro vientos; creador de un estilo fulgurante en el que se armonizan su sentido del color y la forma con su sentido dramático.
Esta experiencia nacional, porteña, boquense, la repitió Madanes con elenco argentino en Río de Janeiro, con “Una viuda difícil”; en Chile, con “Las de Barranco” y “Los millones de Orofino”; hizo “La zapatera prodigiosa” con una compañía mexicana encabezada por Aurora Bautista y, en 1970-71, en Roma con un elenco italiano y presentó la pieza ya clásica de Gregorio de Laferrère.
Anduvo caminos del mundo este nombre, tan propicio para andariegos, de la mano de Cecilio.
Ahora, tras un entreacto largo e irritante, está aquí para hacer posibles los sueños de las noches de verano.
OCTAVIO HORNOS PAZ
OCTAVIO HORNOS PAZ fue periodista, profesor de filosofía, crítico teatral y Secretario General de Redacción del Diario La Nación.
En Escena:
Los actores ensayando al mando de Madanes.
TERESA BLASCO y otros en los últimos retoques de sus personajes.
Prensa:
Medio: Desconocido
Fecha de publicación: Desconocida
EL BARRIO DE LA BOCA SE VESTIRÁ OTRA VEZ CON EL DECORADO TEATRAL DE CAMINITO
Otra vez Caminito, con su color, su magia, su gente. Desde 1957 nos viene dando ese tono de espontaneidad y frescura que ha deleitado a todas las edades y a casi todos los gustos. Es teatro para cada uno y para la generalidad: así lo ha demostrado hasta ahora. No pretendió nunca intelectualismos desorbitantes y fuera de lugar, ni tampoco rodeó su ámbito de vulgaridad, lo folletinesco o la búsqueda deliberada de un público pasajero.
Caminito es casi un sinónimo de Cecilio Madanes, su cabeza, su inteligente armonizador, el que supo en última instancia recapacitar y ver que el teatro necesitaba una renovación ambiental, capaz de movilizar a los más rezagados. Nada mejor que un teatro al aire libre. Y más aún, en un barrio de tradición porteña, la Boca, con sus peculiaridades y con sus inamovibles mitos. Porque a pesar de la atracción turística, en algunos casos artificiosa, la Boca mantiene su plena y sonante vigencia.
Desde allí se ha dicho mucho: Filiberto, Quinquela Martín (la primera función de Caminito 1972 será en su homenaje), las tribunas llenas de su estadio de fútbol. Pero principalmente como nos dijo Madanes, es su gente la que dice, la que colabora en el impulso del teatro y la que ha crecido junto a él (muchos de los niños de aquel viejo 57’ son los actuales jóvenes que presencian – y ayudan- a que “su” teatro continúe en su labor). Caminito inició un tipo de expresión escénica nacional, aunque las obras que se representaran no fueran precisamente de autores del país. Lo importante fue esa recreación a partir de un espacio previamente elegido característico de Buenos Aires, ampliamente reconocido y con una serie de pautas populares, que hicieron de Caminito un teatro de repercusión, sin barreras de ninguna clase.
Cecilio Madanes hizo de la representación teatral una verdadera diversión, a través de obras chispeantes, bien armadas y que siempre tienen ese “algo que decir”. Por eso lo clásico, por eso lo moderno, sin escatimar temas de acuerdo a esa división.
La temporada veraniega de Caminito 1972 se reabre con “los chismes de las mujeres”, de Carlo Goldoni, el comediante italiano del siglo XVIII que humorizó con mas aciertos las costumbres y quehaceres de su época. La obra fue estrenada en Venecia en 1751 (escasamente se presenta hoy en Europa) y puesta por Madanes en su primer año del teatro boquense. En esta nueva versión trabajan Graciela Araujo, Elsa Berenguer, Jorge Luz, Ana Caseres, Emilio Comte, entre otros; el vestuario es de Eduardo Lerchundi y la escenografía de Madanes y Luis Diego Pedreira.
“La pieza se ha respetado tal cual fue escrita, comenta Madanes, y con respecto a los lineamientos del 57’, creo que la tarea ha ganado en maduración, en experiencia. Han variado la música, el vestuario y la puesta. Es algo así como volver a pintar el mismo paisaje pero con distinta sensibilidad.
Por dos razones principales ha recurrido nuevamente a “Los chismes de las mujeres”: por un lado existe una cuestión sentimental indudable, y por otro, hay que considerar que Caminito hace dos años que no funciona en el país, de manera que preciso saber de qué manera lo recibe el espectador joven de ahora.
Hacer teatro en la calle fue para mí conquistar un mundo. Hoy diría que me emociona más el contacto con la gente, que la misma cosa del teatro. Caminito tuvo inmediatamente características de teatro popular: ha alcanzado a todos los niveles sociales. Por ejemplo, en él ocurrieron hechos que no he visto en otros espectáculos; hubo días en que ha estado lloviendo y la gente no se iba del teatro”.
Y es así. Basta ver a los vecinos mientras los actores ensayan, entusiasmados y tratando de brindar el máximo apoyo a este ya legendario Caminito de la Boca.
Medio: Diario La Nación
Fecha de Publicación: 4 de diciembre de 1972
CAMINITO CONCRETÓ UN RETORNO MUY ESPERADO
“Los chismes de las mujeres”, de Carlo Goldoni. Traducción: Tulio Carella. Intérpretes: Ricardo Duffau, Roberto López Rosales, Elsa Berenguer, Graciela Araujo, Cuny Vera, Aída Luz, Teresa Blasco, Roberto Fiore, Roberto Pieri, Emilio Comte, Juan Carlos Vozza, Ana Casares, Gualberto Riva, Jorge Luz, Osvaldo Cali, Saúl Savo, Osvaldo de Marco, Enzo Bai, Carlos Fioriti, Omar Tiberti y Daniel Gabín. Escenografía y luces: Juan Diego Pedreira y Cecilio Madanes. Vestuario y caracterizaciones: Eduardo Lerchundi. Música: Doménico Cimarosa y Tommaso Albinoni. Puesta en escena y dirección general: Cecilio Madanes.
Cecilio Madanes, sigue, a su manera, una orientación en Caminito que podría asociarse con aspectos – no todos – de la concepción sustentada por Romain Rolland en materia de teatro popular.
Los trabajos efectuados, incluido el nuevo de “Los chismes de las mujeres”, de Carlo Goldoni, dado a conocer anteanoche, responden a la primordial condición planteada por Rolland de ser un solaz, por haber difundido alegría, y también sostener y exaltar el espíritu. No obstante esas aparentes concesiones, Madanes buscó que los espectadores extrajeran sus propias conclusiones, aunque más no fuera de cuestiones simples.
El repertorio de las doce temporadas resulta una mezcla de géneros de diferente origen y trascendencia. Pese a no incluir muchas obras de autores argentinos, podría aplicarse, por extensión o analogía el criterio de Firmin Gémier – aquella interesante personalidad del teatro francés de comienzos de este siglo – , de que ofrecer obras nacionales significaba representar las que todos sus compatriotas pudieran comprender.
Una prueba más de tal preocupación se evidenció en la reposición de una de las piezas con la Goldoni prácticamente cerró el ciclo temporal de la Commedia dell’Arte. En esta, como en otras, convirtió en tipos humanos a las tradicionales máscaras y estructuró una trama elemental, centrada en las vicisitudes sobrellevadas por una pareja para casarse, a raíz, precisamente de “los chismes de las mujeres”, a través de los cuales el autor evidenció un profundo conocimiento de la psicología femenina. Pese al indicado enfoque, el todo constituye una alegoría de cuanto ocurría, en diversos órdenes, en la Venecia del siglo XVIII y que, con fluctuaciones, seguiría sucediendo.
La puesta en escena se atuvo al recordado logro de 1957, cuando en balcones, terrazas y escaleras se animaban escenas y se establecía una apropiada relación con cuanto ocurría en el tablado. Como en esa oportunidad Luis Diego Pedreira y Madanes aprovecharon el peculiar contorno de la calle de la Boca, tan adecuado – pese a la luz eléctrica y una que otra antena de televisión – para reproducir un tramo de la ciudad de los canales y las góndolas.
El vestuario y las caracterizaciones de Ernesto Lerchundi fueron complementos sobresalientes, no solo por responder a las exigencias del texto – otra vez se apeló a la excelente traducción de Tulio Carella – sino también por el buen gusto evidenciado en el diseño y la elección de los colores y las telas.
Fue acertada la utilización de fragmentos de composiciones de Domenico Cimarosa y Tommaso Albinoni, que coadyuvaron a crear el clima indispensable (por cierto se obtuvo un efecto superior al de la versión anterior, con temas de Rodolfo Arizaga).
Pasaron quince años de la primigenia puesta y por diversas razones fue imprescindible recurrir a otros actores (únicamente hubo tres de los veintiuno del reparto de 1957). Madanes obtuvo respuesta acordes a sus requerimientos, pero en la temporada de referencia hubo gente que otorgó mayor vitalidad y dinámica a la realización, sobre todo del sector femenino.
En el elenco actual se destacaron Jorge Luz, otra vez con una composición justa, medida, del Arlequín que sabe hacer; Elsa Berenguer y Graciela Araujo muy sueltas y evidentemente cómodas en sus prestaciones. Aída Luz, hábil para llevar al personaje hasta casi el límite de sus posibilidades, pero sin exagerarlo; Saúl Savo, un caricato con todas las de la ley; Roberto Pieri y Enzo Bai correctos.
Fecha de publicación: 5 de diciembre de 1972
CAMINITO
Volvió el teatro de Madanes a la Boca, bajo la sombra ilustre de Goldoni. Un espectáculo de calidad. Homenaje a Quinquela Martín. Una numerosa concurrencia asistió a la función oficial de anoche.
El retorno de Caminito a su vieja calleja de la Boca no pudo ser más auspicioso. La adhesión del público, la animación del espectáculo, el clima cordial y el entusiasmo de los intérpretes, configuraron un ámbito más que propicio para que en él la comedia de Goldoni “Los chismes de las mujeres” volviese, como en 1957, a imponer la gracia de sus situaciones, su colorido vivido y perdurable, el encanto que fluye de esa pintura luminosa que es Venecia, de sus costumbres, de sus personajes, a través de los cuales se prolonga la alegría y la sátira de la Commedia dell’Arte.
Nadie la amó como Goldoni, pocos se adentraron tan hondo en la vida de la ciudad, que lo vio nacer en el Carnaval de 1707, como si la fiesta de las aventuras y los amores, con sus damas enmascaradas y sus galanes elegantes, signaran su futuro de escritor. Sus estampas realistas, que no eran más que una visión autentica de la Venecia de su siglo, siguen manteniendo a través del tiempo su jocunda atracción, su poderosa sugestión teatral, la gracia de sus temas, como en “Los chismes de las mujeres” , donde las escenas populares, los enredos de la farsa, están armonizados con rara habilidad.
El rigor imaginativo de Cecilio Madanes utiliza para su puesta las características “geográficas” del lugar. El cielo claro, el llamado de una sirena portuaria, la vista de un mástil, confieren singular ambientación a la comedia, donde Venecia está presente en su clima, en el decir de sus lavanderas, en el cínico mundanismo de sus damas y en el cabriolesco juego de Arlequín o Pantalón, atemperados en su rudeza por la galanura de un estilo claro y ceremonioso.
Es notorio como Madanes penetra y siente el vital impulso goldoniano y sabe extraer de cada situación, de cada tipo, de cada réplica, el sentido teatral más vivaz y oportuno. La obra tiene, pues, un ritmo y una animación permanentes.
Antes de comenzar el espectáculo, Cecilio Madanes expresó que el homenaje de la noche era para Benito Quinquela Martín, quien subió al tablado, en medio de una ovación sostenida, agradeciendo el recuerdo y un dibujo de Benítez, con que fue obsequiado por Caminito.
La obra de Goldoni contó con un elenco homogéneo en que se destacaron Aída Luz y Teresa Blasco, muy en carácter; Estela Berenger, Cuny Vera, y Ana Casares desenvueltas en sus partes; Jorge Luz inimitable en su Arlequín; Emilio Comte y Saúl Savo en un ridículo seductor.
Vivo de color y armonioso y suntuoso, el vestuario de Eduardo Lerchundi y bien realizada la escenografía de Pedreira.
Medio: Diario El Cronista Comercial
Fecha de publicación: 6 de diciembre de 1972
CHISMES RECOMENDABLES
La zarandeada temporada teatral porteña ha cobrado en pocos días, un inesperado y saludable vuelco, que hace nacer las esperanzas en esa expresión artística tan querida como maltratada. A la excelente puesta en escena del recital Brecht, vista noches atrás en el Embassy, sucede ahora la reapertura del teatro Caminito, en su duodécima temporada, luego de una pausa de tres años, lapso en que su creador y “alma matter”, Cecilio Madanes, realizó una provechosa campaña en el exterior, sobre sus resultados la prensa se ocupó ampliamente en su oportunidad.
Nunca momento alguno fue más propicio para un “rentrée” que alegra por su reencuentro, y que marca, quizá, el comienzo de una nueva etapa para la escena argentina. En medio de un panorama que se ha venido caracterizando por su desorientación desorganizada y por las pretensiones de todo tipo, montar, en un teatro al aire libre, una obra de Goldoni, equivale no solo a un saludable volver a las fuentes, sino que supone también una oportuna y provechosa revisión.
Existía asimismo el riesgo de la reposición, puesto que “Los chismes de las mujeres” fue conocida, precisamente, en la temporada inaugural de la ya legendaria “sala”, y sin volver sobre el remanido “segundas partes, etc.,” las posibilidades de igualar, superar o fracasar siempre están presentes. Nada de ello ocurrió, felizmente, y en eso el aval de su director continúa siendo garantía inobjetable, como lo ha demostrado a través de sus múltiples y variadas prestaciones al servicio del teatro.
La inauguración oficial de la temporada, que tuvo lugar el lunes por la noche, ante una de las salas más llenas que se han visto últimamente, contó con la emotiva presencia de Quinquela Martín , quien, dirigió un breve saludo, antes de comenzar la función, y otorgó a ésta un sabor aún más especial. Luego de ello, la gracia y lozanía de esa simple y deliciosa comedia que es “Los chismes de las mujeres”, volvió a demostrarse en todo su esplendor, a través de una cuidada traducción de Tulio Carella, y en una versión que supo resaltar sus virtudes, y disimula con habilidad sus flaquezas.
Allí donde el autor disminuye se efectividad y cuando el diálogo comienza a inquietar, surge la mano del director, que con un gesto, cambio de luces, apariciones en balcones y terrazas, da un seguro golpe de manivela, y de la filigrana sigue brillando.
Desde las primeras pantomimas de los arlequines, hasta el saludo final de los protagonistas, el ritmo no decrece en intensidad y el clima no se quiebra, servidos ambos, por otra parte, por una actuación que se supera a cada instante.
Elsa Berenguer y Graciela Araujo componen dos excelentes versiones de señoras chismosas, dotando a sus personajes de destellos originales. Su roce por la escena, porque no caminan, sino que vuelan, tal es el grado de docilidad y plasticidad que demuestran, es una segura lección de estilo goldoniano. Al señorío ficticio de ellas se contrapone la rusticidad, perfectamente lograda, de Aída Luz y Teresa Blasco.
Sin interferir en sus desempeños individuales, estas dos actrices realizan valiosas creaciones, máxime en papeles que se prestan a la deformación y al peligro de la sobreactuación. Sus intervenciones son gratamente recibidas, porque van siempre acompañadas de gestos, mohines y desplazamientos, índices indiscutibles de alta escuela. Llena de nervio y de Gracia, Cuny Vera aportó la frescura necesaria a su personaje, mientras que Ana Casares cumplía a conciencia su labor de modista.
Entre el extenso elenco masculino, deben destacarse las buenas prestaciones de Roberto Fiore, Roberto Pieri y Enzo Bai, y la excelente composición, de su Lelio, de Saúl Savo, mientras que Emilio Comte exhibe más entusiasmo que aptitudes.
Es un deber citar, en forma separada y destacada, la labor que le cupo a Jorge Luz, en la reedición de su Arlequín, personaje que encuentra en él a su actor favorito; su sola aparición en escena basta para que el público se rinda incondicionalmente ante el despliegue de sus múltiples recursos de comediante, que bien debieran valerle uno de esos tantos premios, muchas veces mal otorgados.
No deben retacearse elogios tampoco a Luis Diego Pedreira, autor de la escenografía, que con contados elementos contribuyó al desenvolvimiento ágil de la comedia, que tuvo además ráfagas musicales de Cimarosa y Albinoni, y el excelente vestuario de M.E. de Ruiz, P. Montecalvo y otros, descuento, desde ya, que estos “chismes” se convertirán en uno de los mejores espectáculos de la temporada estival.
Eduardo Caffera
Debajo de la foto:
Madanes: “Caminito” que el tiempo no borra
Medio: Diario La Prensa
Fecha de publicación: 6 de diciembre de 1972
COLORIDO Y ALEGRÍA
Uno de los deportes preferidos de los teóricos teatrales es reunirse en mesas más o menos redondas para tratar de averiguar qué se entiende por teatro popular. Cecilio Madanes hace bastantes años que da la respuesta desde teatro Caminito un lugar donde se reúnen pobres y ricos, grandes y chicos, para participar cordialmente de lo que ocurre en el escenario. Por ello, muchos extrañamos su ausencia en años pasados, sospechando que la feliz iniciativa del inteligente director quedaría, como tantas cosas en nuestro ambiente, en aguas de borrajas.
Afortunadamente no ha sido así y ya están las huestes boquenses de nuevo en la palestra. Es cierto que “Los chismes de las mujeres” no es, ni de lejos, la mejor obra de Goldoni. Es bastante pueril, reaccionaria y misógina; pero ello importa poco porque el espectador habitual de Caminito no es muy exigente, y un clásico es siempre un clásico, aunque como en este caso la pieza sea menor. Podrán señeras instituciones añorar autores argentinos, y ya estamos preparados para recibir la queja de turno. Es posible que no falte quien reclame un título más conspicuo del autor de “Mirandolina”.
En una ciudad donde la protesta está tan enraizada seria milagroso que hubiera unanimidad en la apreciación de un esfuerzo que es admirado entusiastamente fuera de nuestras fronteras.
Tratar de profundizar en “Los chismes de las mujeres” sería perder el tiempo. En un juego intrascendente, con personajes estereotipados, rebosante de ingenuidad, y, como lo anotamos, antifeminista y aristocratizante. Pero posee la levedad de la obra bien hecha, con personajes que apenas cuentan, más lo suficientemente bien estructurados para que al final de la función el espectador se sumerja en el pintoresquismo de la barriada con la convicción de haber visto teatro. Y esto cuenta en una época en la que los sabihondos hablan del antiteatro y se añora un “intimismo”, tal vez más cercano del consultorio psicológico que de las tablas. Acá hay alegría y levedad. Por ello Caminito convoca multitudes, y las creaciones colectivas “alla polacca” torturan a los que sufren de agorafobia.
Madanes dirige con decoro porque lo que le importa no es la profundidad sino lo espectacular. Tal vez por eso desdeñó aquella en la elección del texto. Por otro lado, en las funciones al aire libre es más gratificante que aparezca Elsa Berenguer en una azotea; o Aída Luz. Teresa Blasco y Cuny Vera se asomen a balcones pintados por Quinquela Martín, que escuchar cualquier monólogo de Shakespeare dicho con intensidad. No van con éste las lejanas sirenas de los buques ni los ladridos de algún perro alérgico a lo dramático.
Lógicamente un Goldoni montado por Strehler hubiera dado pie a un comentario más cuidadoso; pero estamos en Buenos Aires y hacemos lo que podemos. Es bastante. Aída Luz, Teresa Blasco, Ana Cáceres, Cuny Vera, Elsa Berenguer y Daniela Araujo ponen la cuota de encanto femenino. A Carlos Fioritti le bastan pocas frases para ratificar sus indudables condiciones. Ricardo Duffau y Roberto López Rosales ubican al espectador en el clima de la pieza. En el renglón masculino menudean las exageraciones y se añoran unos cuantos ensayos.
El vestuario de Eduardo Lerchundi es excelente, y entre Madanes y Luis Diego Pedreira han ideado una escenografía donde lo que importa es el color.
J. P.
Medio: Revista Mercado
Fecha de publicación: 7 de diciembre de 1972
Crítica
Por Carlos Arcidiácomo
OTRA VEZ PERO NO, COMO SIEMPRE
Luego de quince años de su estreno vuelve a “Caminito” la obra de Goldoni “Los chismes de las mujeres” continuando una línea de espectáculos propuesta por el director Cecilio Madanes, en la que la jerarquía no conspire contra lo popular y donde la enjundia no amenace a la amenidad.
Esta tarea se cumplió con más o menos brillo, pero siempre con eficacia con autores como Molière, García Lorca, Nalé Roxlo, Shakespeare y Labiche. Pero temporadas memorables fueron las de “La pérgola de las flores” y “La verbena de la paloma”, por ejemplo, lo que da la idea de que “Caminito” requiere una vis (N. del T:“mirada”) muy especial y que justamente Madanes fue el hombre exacto para montar espectáculos cuya vigencia trascendía el escenario y se transformaba en una suerte de fenómeno especial con el que colaboraban vecinos, la magia del entorno (geográfico y subjetivo), la imaginación y fervor de los asistentes y una especie de simpatía tutelar presidiendo el cuadro.
No es difícil comprender que todos estos imponderables necesitaron de una enorme energía para ser convocados, y de mucha buena suerte para que, una vez atraídos, jugaran dentro del espectáculo. Cada temporada, al encenderse las luces de “Caminito”, se advertía que las buenas sombras estaban allí, y que continuarían poblando el lugar hasta que la farándula fuera alejada por los primeros fríos del otoño.
Tal vez no haya sido lo más acertado esperar que los manes concurran dos veces al mismo lugar. Además hay muchos nombres que hicieron la primera versión de “Los chismes de las mujeres” que ya han desaparecido. De todas maneras quince años es mucho tiempo y parecen pesar un poquito sobre quienes intervinieron en la versión anterior. Decir que falta nervio, sería demasiado gratuito. No, no es eso, no es lo otro. Pero no han concurrido los imponderables a la primera función de “Caminito”, y el texto de Goldoni se torna inactual y previsible.
Quienes piensan así también sienten un gran remordimiento frente a un teatro que ya es caro al recuerdo de los porteños y que no debería ser sometido a las leyes despiadadas del espectáculo. De todas maneras, todo está como entonces: el juego escénico, las ingeniosidades de la “puesta” y hasta la música de Albinoni y Cimarosa es más apropiada.
Uno se pregunta qué es lo que falta a esos “chismes”, y es difícil responder. Algo así como cuando los chicos crecen y es necesario que se vuelvan adultos y es una lástima, pero les está cambiando la voz, y no son chicha ni limonada.
Quienes no vieron la primera versión, de todas maneras quedarán encantados con ésta. Pero los otros se quedarán este año sin la magia de “Caminito”.
Medio: Diario La Opinión
Fecha de publicación: 7 de diciembre de 1972
“Los chismes de las mujeres”, en el teatro Caminito
Buen gusto inocuo en una obra de Goldoni
Los chismes de las mujeres. Autor: Carlos Goldoni. Traducción: Tulio Carella. Director: Cecilio Madanes. Elenco: Elsa Berenguer, Graciela Araujo, Cuny Vera, Aída Luz, Teresa Blasco, Roberto Fiore, Roberto Fiore, Emilio Comte, Ana Casares, Jorge Luz, Saúl Savo, Carlos Fioriti. Escenografía y luces: Luis Diego Pedreira y Cecilio Madanes. Vestuario y caracterizaciones: Eduardo Lerchundi. En el teatro Caminito.
En una noche ni fría ni cálida en exceso sino apropiadamente tibia reinició sus funciones el teatro Caminito. Más allá o más acá del hecho teatral – según se prefiera – Caminito configura un fenómeno donde confluyen la climatología, el gusto por las veladas amables, por los encuentros sociales, por el turismo pintoresquista, por todo lo liviano y fluido y, seguramente por muchas cosas más.
Tal vez quién mejor haya expresado ese clima etéreo sea Octavio Hornos Paz, en el prólogo al programa del retorno de Caminito: “Y se complementaron también el teatro Caminito y la ciudad durante esas once temporadas: todo Buenos Aires – incluso le tout-Buenos Aires – se iba hacia el Riachuelo, a unirse en la admiración por el brillo de las representaciones en la cordial recepción del anfitrión, al amparo de las sonrisas y las banderolas multicolores con que la ropa tendida vestía a la noche por lo alto”.
Ir a Caminito implica una serie de experiencias complementarias que, para algunas personas, pueden pasar a ser más importantes que la propia pieza que se representa: estacionar el auto a algunas cuadras y caminar entre las vías de un tren de trocha angosta, observar las casas de lata, brillantemente coloreadas, utilizar los servicios sanitarios instalados en un auténtico patio de la vecindad (con piletones de cemento y mamparas de tablillas también policromadas) y finalmente tomar aire fresco. Además, es posible – al menos sucedió la noche del estreno – ver con los propios ojos a Quinquela Martín, inamovible mito vecinal, ovacionado de pie por toda la concurrencia
Difícilmente podría haberse encontrado otra pieza que entonara tan a la perfección con ese aire suavemente festivo como los chismes de las mujeres: ofrece la seguridad de que no hará pensar, tampoco arrancará una carcajada plena o un sentimiento intenso, pero sí, en cambio dibujará una sonrisa leve y, luego, un rápido olvido.
Las líneas generales de la puesta retoman – es intencional – las de la primera versión de los chismes con que se inauguróCaminito en 1957: buen gusto y finura, clásicos. Los actores están marcados con mesura y sobre ellos descansa la responsabilidad de mantener el interés de espectáculo por sobre la diluida intriga goldoniana.
Aída Luz se desempeña con gracioso desenfado. Saúl Savo hace una aceptable composición del pretencioso Leilo. En cambio parecen desaprovecharse las abundantes dotes histriónicas de Jorge Luz.
Hace algunas semanas Cecilio Madanes, en una entrevista publicada en La opinión, sostuvo con una sinceridad que lo enaltece algo que muchos actores y directores piensan pero no dicen: “Mi única filosofía teatral – afirmó – es que la gente venga a mis espectáculos, que se entretengan”. Esta presentación brinda – tal como se la planeó – la posibilidad de armar un programa familiar lo que se dice agradable.
Este año, pueden haberse dado muchas obras mejores pero no más inofensivas; la inocuidad en momentos de tanta confusión no deja de ser un valor, especialmente cuando se muestra con la suficiente claridad.
R. J.
Medio: Desconocido
Fecha de Publicación: Desconocida
TEATRO
LOS CHISMES DE LAS MUJERES DE CARLO GOLDONI, EN CAMINITO
La novedad ya dejó de serlo: un marco geográfico y residencial utilizado en función escénica, mástiles iluminados, apariciones en múltiples balcones, obligando a constantes -y sorprendidos- giros de cabeza, bailarines modificando una escueta y vistosa escenografía bien iluminada o transformándose en impecables gondoleros, el nacimiento de ese ámbito al aire libre, de condiciones muy especiales dignas del comentario más ensalzado o con resabio a chismografía, ubicado en una “república” festejada por Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto o, simplemente, la mitología porteña trasladada a la Boca.
Todo ello tuvo su hora de gloria y sus años de consecuentes éxitos. Tal actividad inclusive llegó a nuclear un elenco que, verano tras verano hallaba en la idea de Cecilio Madanes refugio para una fidelidad que sentó ejemplo.
Algunos nombres para justificar el aserto: Aída y Jorge Luz, Carlos Fioriti, Osvaldo De Marco, Rogelio Romano, Amanda Beitía, Guillermo Helbling, Zelmar Gueñol y muchos más. Sin hablar de la importante fuente de trabajo así obtenida.
Estos Chismes de las Mujeres imaginados por Goldoni, traducidos por Tulio Carella (que algún extraño -en tan cuidadoso orfebre- “más nada” galicado), cuentan con una importante planta interpretativa donde reaparecen algunas figuras de la creación.
Les falta, en cambio, el ritmo anterior, el desenfado aquí cercano a la grosería y pilares actorales cuyas corporizaciones no pueden ser repetidas, llámense Beatriz Bonnet, Violeta Antier (luego suplantada por Aída Luz en un papel diametralmente opuesto al que ahora encarna), Martha Quinteros, María Elena Sagrera, Alicia Bellán, Frank Nelson y otros muchos sin olvidar el histórico medallón de Nathan Pinzón.
Si segundas partes nunca fueron buenas, tampoco es válido hacer odiosas comparaciones. Sólo que las mismas adquieren punzante presencia cuando se retoma un ciclo sin igual en el mundo y que llegó, en cierto momento, a convertirse en el lugar de cita de tout-Buenos Aires veraniego, turístico y diplomático sin hacer mella en un repertorio que permitió lucir Shakespeare y Víctor Hugo, comedias musicales del valor de una Verbena de la Paloma o el calor de aquella recordada Pérgola chilena además de sendos Labiche, Laferrrère, Gozzi, Nalé Roxlo, García Lorca y Molière.
Esta vez los micrófonos funcionan con envidiable calidad y permiten oír hasta el mínimo suspiro y también, desgraciadamente, acentos que no siempre coinciden con lo que puede esperarse de un clásico.
El propio Goldoni lo afirma: “Hablar como el vulgo no significa hablar vulgarmente: Esto último corresponde habitualmente a las damas de la burguesía”.
No falta, claro está, la necesaria dosis de alegría, desenfado y levedad. Que es lo que, a la postre, necesita el adicto a Caminito. Pero un buceo algo más profundo en lo anímico hubiera evitado caracterizaciones tan desaguisadas como las de Elsa Berenguer o Saúl Savo, frías como la de de Cuny Vera y Juan Carlos Vozza, sobreactuadas como Jorge Luz (cuyas exageraciones ya no causan gracia, sobre todo tratándose del Arlequín original) o Teresa Blasco.
En cambio dominan el escenario la presencia de Graciela Araujo, la comunicatividad de Aída Luz y Ana Casares (también repitiendo su modista de 1957), la casi aniñada sinceridad de Emilio Comte y honesto oficio de Roberto Pieri o Fioritti y la sencillez de de Enzo Bai y De Marco.
Por su parte Ricardo Dufau y Roberto López Rosales son eficacísimos ensambladores en un luminoso marco de Luis Diego Pedreira y Madanes con vestuario y caracterizaciones -éstas últimas no siempre felices- de Eduardo Lerchundi.
La parte musical es noble por excelencia ya que emana de Cimarosa y Albinoni en cristalina reproducción sonora.
El espectáculo es cabalmente vistoso. Menos cabal es la reiteración del enfoque. Hubiera querido verse otro “madanismo” de su facundia imaginativa -pese a los reparos que pudieran observársele- pero no una reposición.
Además el pintoresquismo del lugar da para mucho. Y distrae del hecho teatral en sí permitiendo incursionar en múltiples gamas tonales puesto que la paleta es rica y Madanes un excelente orfebre.
Aquí prefirió pasarle el plumero a su memoria. Lo cual es lamentable para quién le entregó al país un estilo, una nota de música a pleno sol y una tradición.
Sólo cabe pensar que con tantas buenas ideas en carpeta, algún motivo especial, además del reencuentro sentimental con el primer hijo “caminatense”, lo impulsó a esta decisión.
EMILIO A. STEVANOVITCH
ANUARIO 1972
Se inauguran los Juegos Olímpicos de Sapporo. Son rescatados los sobrevivientes del accidente aéreo en Los Andes. Juegos Olímpicos de Verano, Munich 1972. Bob Fosse dirige «Cabaret». Perón regresa a la Argentina tras 18 años de exilio. Afiche institucional de Canal 13. Francis Ford Cóppola gana el Oscar a la mejor Película. Portada de «El Gráfico». «El oro de los Tigres» de Jorge Luis Borges. “Rolando Rivas, taxista, telenovela de Alberto Migré, obtiene enorme éxito. Leonardo Favio dirige «Juan Moreira». Afiche del film «Último Tango en París». Portada de la revista «Satiricón». Premio Oscar a la mejor Película Extranjera para “El discreto encanto de la burguesía”. Atahualpa Yupanqui graba «El aromo».